He escuchado tantas veces recomendaciones acerca de llevar una vida equilibrada en la cual se le pueda dar un tiempo justo a las actividades cotidianas: tiempo para trabajar, para divertirte, para hacer deporte, para estar con la familia y los seres queridos, en fin, se habla de una distribución uniforme que permita gozar un poco de todo.
Hace no muchos años, tuve la oportunidad de experimentar una vida equilibrada, externamente hablando, era empleado de tiempo completo, con un contrato por un periodo indeterminado, con una rutina muy clara, horario de entrada, una hora de comida, hora de salida, un sueldo no despreciable, vacaciones, prestaciones, tenía a mi esposa, a mi perrita Cloe, solo trabajaba de lunes a viernes, los sábados los tenía para mí, para darme el tiempo de utilizarlos de la manera que considerara más conveniente.
Sinceramente estoy profundamente agradecido por esa experiencia, por la oportunidad que se me brindó, por el aprendizaje obtenido y por las amistades desarrolladas, sin embargo, aunque ese escenario estaba lejos de ser pesimista, para mí representó un periodo de gran frustración, debido a que fue un tiempo en el que comencé a decrecer en muchos sentidos, desarrollé hábitos negativos que ya había superado, me mostraba cada vez más inmaduro, incluso mi esposa me dijo en varias ocasiones que me percibía continuamente muy irritable, en otras palabras: afuera de mí había equilibrio pero interiormente estaba desequilibrado.
Para equilibrar nuestra vida necesitamos darnos espacio para escucharnos, para sentirnos, para identificar qué es lo que realmente nos mueve, lo que nos llena hace sentir plenos. Estos espacios son indispensables para reconectar de la manera más profunda con la esencia, con nuestra divinidad, ya que nos sirven para identificar el por qué seguimos en este plano, qué es lo que hay que aprender y por dónde podemos seguir creciendo.
Las personas que más admiro son aquellas que se entregan totalmente en pos de una visión, ellas aparentemente tienen una vida desequilibrada, tienen muchos compromisos, continuamente se retan para no permanecer mucho tiempo en su zona de confort, se llevan al extremo en un ámbito de su vida, pagando el precio que requieran pagar, sin embargo, su equilibrio proviene de su interior, cuidan su energía, la elección de sus pensamientos, cuidan lo que comen, se ejercitan, cuidan con quién se relacionan, lo que ven, lo que escuchan, valoran su tiempo en demasía, entre otros aspectos.
Para gestionar adecuadamente una vida llevada al extremo, se necesita mantener un balance interno, para poder estabilizar nuestra energía y explotarla estratégicamente a nuestro favor y a favor de los demás. Nuestra energía diaria es un recurso limitado que requiere de sabiduría para utilizarla efectivamente, al guardarla con el único propósito de mantener un equilibrio externo corremos el riesgo de que implosione, pero al sacarla sin un objetivo claro simplemente estaremos desperdiciando el recurso más preciado que tenemos para honrar la existencia.