Una de las características que cada vez predomina más en los emprendedores, consiste en iniciar un nuevo proyecto para resolver algún problema relevante, con el fin de colaborar con alguna causa que sume a mejorar la sociedad y el mundo en el que vivimos.
Si bien ese puede verse como un propósito noble, ocasionalmente ese punto se convierte en una carga difícil de llevar, se pretende cambiar las circunstancias, a las personas, reeducar a la sociedad para transformarla positivamente, etc. Irónicamente, esa postura suele generar más conflictos que beneficios, ya que se convierte en una posición en la que aparentemente, hay alguien que está bien y alguien que está mal, desde una perspectiva radical.
Enfrentar desafíos de gran envergadura requiere de un entrenamiento continuo: lidiar con el rechazo, con las dificultades, afrontar riesgos, conseguir recursos y mantenerse diligente y disciplinado, no es algo que se logra de la noche a la mañana.
La vida es muy benevolente, sin embargo, está basada en evolución, mientras más evolucionemos, más posibilidades tendremos de exponernos a vivir mayores retos; por lo tanto, si no somos capaces de resolver nuestros desafíos cotidianos y que pertenecen al entorno en el que nos desenvolvemos, tales como: aceptar la crítica de nuestro círculo más cercano, cuidar nuestra salud, mantener en orden nuestras finanzas, resolver conflictos interpersonales, cumplir con nuestros compromisos, ser puntuales, buscar ser excelentes en cada actividad que realicemos, entre otras cosas. Mucho menos seremos capaces de resolver problemas más complejos, que necesiten resiliencia, estrategia, mejora continua y desapego constante.
Pienso que para asumir compromisos más robustos, la vida nos valida con compromisos aparentemente más livianos, si los superamos, poco a poco subirá el nivel, en palabras atribuidas a Jesús: "El que es fiel en lo poco, también será fiel en lo mucho; y el que no es fiel en lo poco, tampoco lo será en lo mucho".