De las personas que más admiro son los deportistas de alto rendimiento, sin importar a cual disciplina pertenezcan. La razón por la que los admiro se debe a que reflejan tangiblemente los resultados de su esfuerzo, por ejemplo: en un fisicoculturista se puede apreciar en su cuerpo todo el trabajo realizado durante meses o años, desde el estilo de alimentación, el descanso, las arduas rutinas de ejercicio y un enfoque claro hacia una visión.
Otro de los aspectos que admiro de los deportistas de alto rendimiento consiste en que están dispuestos a pagar el precio que sea necesario para alcanzar una visión, para llegar a competir en un determinado certamen correspondiente a su especialidad, indistintamente si dicho certamen se encuentra a unos meses o a unos años de distancia.
Los deportistas de alto rendimiento están dispuestos a levantarse día con día para asumir distintos retos: ajustarse a una dieta específica aún cuando no sea de su agrado, a levantarse muy temprano y a recorrer grandes distancias para llegar al sitio donde se lleva a cabo su entrenamiento, están dispuestos a evitar desvelarse y a mantener su disciplina incluso en días festivos.
A veces pensamos que los desafíos relevantes son solo aquellos que implicarán un resultado importante para un momento de nuestra vida, por ejemplo: un examen, una entrevista de trabajo, una presentación frente a clientes, frente a inversionistas o incluso darle la bienvenida o la despedida a alguien, es decir, el nacimiento o la muerte, es decir. Pareciera que los días "comunes y corrientes" están aislados de los días importantes, sin embargo, así como los deportista de alto rendimiento, podemos elegir que cada día de nuestra vida se convierta en un entrenamiento que nos prepare para cuando lleguen desafíos grandes:
Podemos entrenar nuestra paciencia cuando vamos al supermercado y elegimos la fila más larga para esperar.
Podemos entrenar nuestra resistencia al dolor cuando sentimos una ligera molestia en nuestro cuerpo y en lugar de quejarnos con todo mundo, nos detenemos a observar su causa, que muchas veces ha sido ocasionada por nosotros mismos.
Podemos entrenarnos hacia la excelencia, haciendo cada cosa en presencia, enfocados y poniendo atención a los detalles.
Podemos entrenar la solidaridad ayudando a quien lo necesite, comenzando con nuestro círculo más cercano, aún cuando eso no implique aplausos o reconocimientos.
Podemos entrenar la aceptación a la crítica, cuando nosotros nos volvemos los primeros jueces de nuestros productos.
Podemos entrenar nuestra valentía asumiendo riesgos pequeños cada día.
Incluso podemos entrenarnos para los momentos de pérdida a partir de desapegarnos continuamente de cosas, hábitos e incluso relaciones que ya no son constructivas ni para nuestro propósito, ni para el de los demás.
El entrenamiento es fundamental para trascender los desafíos, no significa que siempre se logrará la victoria, pero definitivamente contribuirá a enfrentarlos con entereza, con más seguridad y con un carácter fortalecido.
Finalmente, quiero compartir una frase atribuida al filósofo estoico Lucio Anneo Séneca la cual resume lo expresado en este post:
"La suerte llega cuando la preparación se encuentra con la oportunidad"